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Un parlamentarismo degradado |  El Rincon

Un parlamentarismo degradado | El Rincon

Fernando González Urbaneja | Lo que se ha escuchado estos días (y otros) en el Parlamento (Congreso y Senado) te haría llorar, va más allá de malas maneras y descortesías; afortunadamente solo fueron palabras, aunque degenerando podría ir más allá. Ha sucedido antes en otros parlamentos y sucedió en el nuestro hace poco menos de un siglo. Es inimaginable hoy lo que él llamó la dialéctica de las pistolas, pero las costumbres y la retórica inflaman pasiones y desviaciones.

Se debaten los presupuestos, que según la teoría es la ley por excelencia de toda sesión ordinaria. Pero lo que lleva este debate a la votación es todo menos un debate sobre las cuentas y las políticas económicas y sociales. Ningún discurso merece ser mencionado por su profundidad y sentido común, por la pertinencia de la propuesta y las explicaciones.

Desde las intervenciones del ministro de control, casi siempre coloridas y audaces y casi nunca fundadas, hasta las intervenciones de opositores o socios, lo que escuchamos allí está lejos de ser ejemplar o interesante. Se inventan palabras y consignas propagandísticas sin contenido más allá de lo que se intenta decir, que suele ser “lo buenos que somos y lo malos que son los demás”.

El Presidente del Congreso (y el Presidente del Senado) y las respectivas oficinas de gobierno (y decoro) de las Cámaras se limitan a presidir y repartir rondas relacionadas con las formalidades de un conjunto de reglas que hace tiempo que necesita reforma. . . Pero nos preocupa el respeto y el prestigio de la institución. Carecen de autoridad, son solo engranajes del poder ejecutivo (y de los partidos) sobre los parlamentarios. El partido y la disciplina partidaria reinan, el resto es paisaje.

Nunca la legislación ha sido tan mala como durante las dos últimas legislaturas, un proceso de degradación que viene desde el gobierno anterior. Un montón de reglas (170 dice con orgullo el Ministro de la Presidencia) que desliza cada día en un “gamberrismo” que pega mal a su persona ya su carácter. Muchas leyes apresuradas, con una urgencia que va en contra de su eficacia y permanencia. En definitiva, un parlamentarismo degradado, degradado, que abre la puerta a una democracia de muy baja calidad. Porque no lo son, ni siquiera son educados.